El proceso de Pedro

Por: Juan Manuel Quiroga


Las sensaciones son parecidas en cada ocasión, probablemente todos las hayamos experimentado alguna vez, incluso sería difícil encontrar alguien que sostenga que no las ha padecido en más de una oportunidad. Sin embargo no resulta fácil describirlas, muchos lo intentamos, en un esfuerzo que apunta más a expresar nuestra indignación que a explicar realmente los hechos y sus insalubres consecuencias personales y colectivas. De todas formas emprender seriamente tal tarea explicativa significaría un sacrificio carente de toda racionalidad económica. El trabajo ya está hecho, y no es necesario repetirlo, porque es de una calidad que nos convendría dedicarnos a apreciar antes que intentar superar. Además es de fácil acceso, aunque se haya producido en Praga, hace casi cien años y en idioma alemán.


No sé si Pedro conocerá el texto, si habrá accedido a alguna de sus traducciones al francés. Lo que sí me parece más seguro es que no haya podido leerlo en Wolof, la lengua que le es más propia que cualquier otra de las que ha aprendido. En estos casos la negación de la cultura originaria suele contar con el apoyo de las instituciones educativas y el mercado editorial, para asegurar la continuidad del predominio de los idiomas imperiales sobre el resto.


Al igual que en el viejo escrito, en el caso de Pedro, al protagonista se lo obliga a enfrentarse a un exagerado número de mesas, papeles y empleados. Procurando que estos últimos sean incapaces de comprender la totalidad del proceso y que sus responsabilidades se mantengan debidamente compartimentadas para lograr una infalible lentitud y un creciente agotamiento en el camino hacia la resolución del problema.


Intuyo que semejantes prácticas burocráticas no serán una novedad para Pedro, habrá podido encontrarlas en Senegal y en cualquiera de los otros lugares que recorrió antes de llegar a Argentina. Sin embargo hay otro tipo de prácticas que no figuran en normas, documentos, comunicados, ni manuales de procedimiento, a las que nuestro protagonista debió enfrentarse.


Si bien estas últimas prácticas también existen en todos lados, (sobre todo en zonas de frontera como las que componen el recorrido habitual de un inmigrante senegalés hacia Argentina), al tiempo que se encuentran debidamente ejemplificadas en el conocido texto; hay particularidades que dependen de las latitudes y las personas puestas en relación. Particularidades que en su versión porteña hicieron que el enfrentamiento con mesas y formularios fuera más difícil de lo normal para Pedro.


Puesto que incluyó enfrentarse a prejuicios y concepciones fuertemente arraigadas en quienes tenían la potestad de resolver su proceso, derivadas de su condición de inmigrante y africano. Complejo entramado de ideas que llegan a afectar igualmente a quienes, habiendo nacido aquí se encuentran por debajo en la llamada “escala social”.


A diferencia del otro protagonista, Pedro pudo resolver su problema. Al igual que el otro, contó con algo de ayuda, tal vez más efectiva en su caso. Hubo funcionarios que lo reconocieron como una persona a la que se le estaba impidiendo trabajar, cuya buena voluntad se vio sometida al reprobable accionar de sus colegas. Hubo nuevos amigos que lo acompañaron en sus trámites, y comprendieron a tiempo que la vía formal era insuficiente. Finalmente, hubo viejos amigos, que como ya habían hecho alguna vez y no dudarán en volver a hacer, compartieron con él sus medios de vida, hasta que pudo volver a conseguir los propios por sí mismo.


Las sensaciones son semejantes para todos en estos casos, pero evidentemente son peores para quienes están lejos de su tierra y deben trabajar todos los días por su subsistencia. Como ya dije, no tiene mucho sentido que siga escribiendo sobre ellas, es mejor que me dedique a combatirlas directamente. Si es por escrituras al respecto, mejor pasar por alto mi relato sobre Pedro y concentrarse en lo que Franz escribió sobre Joseph.



Los hechos: En el mes de agosto de este año, empleados de la Dirección General de Espacio Público sustrajeron mercadería a un vendedor ambulante senegalés por obstrucción del espacio público. El vendedor nunca opuso resistencia violenta ni se negó a entregar la mercadería, reconoció la legalidad de la intervención de los funcionarios y simplemente exigió que se cumpla con el procedimiento adecuado para el caso. Apoyado por la Fundación Ciudadanos del Mundo, pudo resolver los largos y complicados trámites exigidos y logró que se expida una orden que ordenaba devolverle la mercancía. A partir de ese momento sufrió durante semanas la falta de respeto y la dilatación injustificada en el cumplimiento de la orden por parte de funcionarios estatales encargados de hacerla efectiva. Finalmente, obtuvo lo que le correspondía.


Días después de la sustracción de esta mercancía, el Tribunal Superior de la Ciudad de Buenos Aires prohibió el secuestro de mercadería a aquellos que desempeñan la venta ambulante para su subsistencia.

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