Conocer no hace mal, hace lugar

Por: Monica Tarta.


Ya tengo una semana de intentar ser porteña. Desde el sábado, 6 de noviembre estoy buscando la magia, el tango y la pasión de la vida en esta maravillosa ciudad.
Desde cuando llegué trabajo como voluntaria aquí en la Fundación Ciudadanos del Mundo y recibo, en general preguntas sobre Rumania, mi país. Hasta ahora ni siquiera sabía cuántos rumanos habían emigrado a lo largo de tiempo a la Argentina, pero después leí las guías con cual vine preparada para no perder nada del encanto de Argentina, y me enteré un poco de estos datos estadísticos.
Voy a hablar un poco sobre como quedan las cosas desde mi punto de vista aquí. Quiero mencionar que toda la vida he deseado llegar a Buenos Aires, así que no tomo partido, porque amo  a los dos lugares. Son solamente mis pensamientos reflejados en la luz porteña.
Hace aproximadamente siete años descubrí en youtube el video A world without Romania. Básicamente es una presentación muy hermosa de las cosas bellas que Rumania ha ofrecido durante el tiempo a este mundo. Aquí lo tienen, pero para ser cortos, ¿Se puede imaginar un mundo sin Rumania? Supongo que sí, toda la vida la tuvo así, de una manera u otra, ¿no? Ahora dime por favor si alguna vez en su vida ha utilizado el estilógrafo. O el avión. O conoce a alguien que sufre diabetes. 


No sé exactamente cómo funciona para ustedes, pero para mí, mi computadora es a veces mi mejor amiga. No porque sea una computer geek, sino porque es la puerta de conexión con mis mejores amigos y mis personas favoridas. Y como ya sé que la mayoría de la gente de aquí de Argentina utiliza el Windows, pues le digo que solamente en los Estados Unidos hay casi 500 rumanos que generan un montón de las cosas que usamos diariamente. Así, porque somos brillantes y porque tenemos un buen cerebro para computadoras y matemáticas, aunque nuestro país no está todavía preparado para la tecnología de hoy.
La comunidad rumana establecida en la Argentina ha hecho importantes aportes en varios ámbitos de la vida económica, científica y cultural de este país, dice la página de la embajada de Rumania en Buenos Aires, que también nos deja entender que tenemos casi 15000 rumanos en Argentina, una gran minoridad. Estoy curiosa de saber cómo se siente la población argentina con tantos connacionales míos aquí, porque yo no lo puedo evaluar exactamente.
Pero lo que sí sé es que todo el mundo sabe quién es Nadia Comăneci, la gimnasta rumana que hizo el computador mostrar la nota 10 por primera vez, cosa que nunca había pasado antes. O Hagi, nuestro futbolista que también fue el capitán de Galatasaray, el equipo turco. Y sobre este partido, ni comento, no tendría sentido, si este artículo es exactamente edificador:
http://www.la-redo.net/los-10-mejores-partidos-en-la-historia-de-los-mundiales-hoy-argentina-rumania-1994-28457/

 Son nombres que oigo inmediatamente cuando digo “de Rumania”. Y por supuesto, alguna vez, Drácula.
Esta es una parte que me hace sentir orgullosa. Pero esto no es todo. Desde que estoy aquí recibo más o menos las mismas preguntas: si hablamos o entendemos el ruso, qué pasa con Drácula, cómo es que tenemos nuestro proprio idioma cuando tenemos un país tan pequeñito… y ¿qué tamaño tiene exactamente Rumania? ¿Muy pequeño, no?
Me doy cuenta estamos lejos, que no somos famosos para queso, playas o una fiesta como Halloween. Sabemos que no tenemos la mejor economía, no tenemos una paridad cerca del dólar o del euro (de hecho somos un poco más avanzados que el peso).
No me molesta personalmente, yo tampoco sé un montón de cosas sobre varios países. Me causa placer responder a todos estas preguntas – que hablamos rumano, no ruso, que es una lengua que tiene exactamente el mismo origen latino que el francés, italiano, español, catalán y portugués, que tenemos los Cárpatos que empiezan en Alemania, salida al Mar Negro, que tenemos lindas tradiciones y un fascinante Delta del Danubio. Me gusta informar correctamente a las personas que me hacen estas preguntas.
Más allá de los rumanos, mire un momento los objetos de su alrededor: mesa, computadora, remera, pantalones, zapatos, silla, lámpara, bombilla, y tal vez comida, papel, bolígrafos, cuadros, platos, cubiertos etc. No solamente que cada una ha sido inventada por una cultura que es posible que no la conozca, sino que ahora están producidos en otras partes del mundo alejadas, que tal vez nunca visitó.
Para mí hay tres opciones para actuar hacia un extranjero, pero una sola me parece viable. Vamos a ver cuáles son:
A.     No gustarte una persona por culpa de su origen significa deber sostener este argumento con integridad. No aceptar o usar ninguna cosa que viene del aquel lugar, fue inventado por alguien de aquella cultura. Si lo haces de otra manera, entonces cero integridad y columna vertebral.
B.     Lo que realmente significa no gustarte. A ver, ¿Quién puede no usar más ninguna cosa que proviene de China? No sé si el lector está acostumbrado a evaluar una situación en gran cuadro, pero esto sería un caos entero. Económico, político, cultural, porque recién ahora podemos decir que realmente vivimos en multiculturalismo. Todas las cosas se adaptaron: la tecnología, la ropa, los objetos de cocina… menos la gente. ¿No parecemos un poco antiguos en este asunto?
C.     Este artículo no quiere ser sobre los rumanos. Sé perfectamente que todos los países tienen cosas muy interesantes. Es sobre el recuerdo de que somos todos humanos, así que solamente podemos sobrevivir si elegimos la c): vivir en paz aceptando a los demás. Es mucho más simple y poco agotador.
Pienso que si cada persona que leería sobre otros países teníamos solamente cosas buenas: más lugares de interés, más turismo, más alegría de vida, información, personas maravillosas conocidas, más lenguas aprendidas y más cultura general. ¡Vamos a ser curiosos! Leer no hace mal, sino hace lugar. En el cerebro. Para personas, para cuentos y para compasión. Para el amor del mundo.

Fuentes:


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