Reflexiones



La historia de la inmigración muestra que la Argentina ha sido tradicionalmente un país receptor de población inmigrante. Tanto las poblaciones que provenían de Europa como las latinoamericanas representaron siempre una contribución positiva para superar los cíclicos desajustes del mercado de trabajo.
A partir del proyecto político económico de la generación de `80 de convertir al país, en el marco de la división internacional del trabajo, en productor de materias primas de origen agropecuario para abastecimiento de los países de Europa, se produjo un afincamiento de población de origen europeo preferentemente en el litoral pampeano, cuyo ritmo avanzó a la par del crecimiento del área sembrada con cereales y la cría d ganado, y del comercio y la industria en las ciudades. A fines de la década del ´40 y a principios de la del ´50 se asistirá a un nuevo y último crecimiento de la inmigración de ultramar, como consecuencia de una política migratoria destinada a incorporar mano de obra que contribuyese al crecimiento económico que registraba la Argentina.
En ambos casos se trató de una migración planificada desde el Estado en el marco de una política demográfica destinada a poblar el país y contribuir a su desarrollo económico.
La población inmigrante de carácter limítrofe, en cambio, en su mayor parte, ha sido fruto mas de decisiones espontáneas, pero constantes a lo largo del tiempo, formando parte de las estrategias de las familias pobres. Desde el primer Censo Nacional de Población de 1869, hasta el más cercano, de 1991, su proporción osciló siempre entre un dos y un tres por ciento de la población total.
Sin embargo, los inmigrantes limítrofes comienzan a ser más visibles a partir de la década del ´60, cuando factores externos, como la creación del Mercado Común Europeo, hace que Europa se cierre sobre sí misma y que los déficit de mano de obra que registran algunos de sus países se resuelvan con incorporación de población de los otros miembros del Mercado Común, disminuyendo la migración europea haca la Argentina.
De esta manera, los inmigrantes limítrofes fueron llenando, sin conflicto, los vacíos de mano de obra que demandaban el agro y la industria, y que en muchos casos eran desechados por la población nativa.
No obstante, la aplicación durante la última década, de políticas económicas de corte neoliberal han producido situaciones de emergencia económica que llevaron a visualizar a la más reciente inmigración limítrofe como un factor de competencia con la mano de obra nativa, debido a que los altos índices de desocupación han transformado a las actividades tradicionalmente no aceptadas por los nativos en una posibilidad de empleo.
De ahí que haya habido fuertes manifestaciones discriminatorias tanto desde los políticos cuando desde los propios trabajadores, que han ido ganando cada vez mayor espacio en la información periodística cotidiana.
Esto se ha visto agravado, a su vez, por el crecimiento en el Área Metropolitana de Buenos Aires de etnias “portadoras de culturas desconocidas” hasta hace poco por la población nativa, a quienes se señala como “el otro”, el “extranjero”, que no se asimilan con facilidad, y se las estigmatiza junto con los inmigrantes pobres del interior del país.
Teniendo en cuenta la experiencia de otros inmigrantes internacionales de características similares, que siguen siendo discriminados a pesar de sus esfuerzos por ser reconocidos, como los puertorriqueños y mexicanos y chicanos en los Estados Unidos; la fortaleza de la identidad de estas poblaciones de inmigrantes limítrofes en Buenos Aires- que se nuclean y resisten las actitudes de rechazo por parte del país de destino, a la manera de verdaderas comunidades imaginadas- plantea a los argentinos un reto y una propuesta a resolver: la del respeto a las diferencias culturales; o sea, la de abocarse a la construcción de un nuevo multiculturalismo como proyecto político, tal como se consiguió mas de medio siglo atrás con la inmigración de ultramar.

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